El nacimiento de Jesús fue así

Existen al menos dos fechas en el año que brindan oportunidades para pensar en Jesús: Navidad y Semana Santa. Diversas películas modernas sobre navidad buscan rescatar su “verdadero sentido”, enfatizando la generosidad y la bondad –muy propio de una moralidad humanista. Esto no es malo, sin embargo, quedan corto de lo que esperaría un cristiano: recordar el nacimiento de Cristo; basar nuestra conducta en nuestro amor por él y no por una fecha en el calendario.

De forma similar, al celebrar la muerte y resurrección de Jesús, el mundo lo hace con huevos de chocolate –dejados por un conejo– para los niños… Me pregunto: ¿Qué tiene que ver eso con Jesús?

Cuando Jesús nació, pasó inadvertido por la mayoría. Gracias al coro de ángeles, los pastores supieron que algo extraordinario había sucedido. Aparte de este grupo, María y José estaban solos con Jesús aquella noche. Poco tiempo después, llegaron los magos de oriente guiados por una estrella.

Hoy, parece que el escenario no ha cambiado mucho. Perdido entre luces, música y regalos, se puede hallar un pesebre. Otros iconos de la cultura popular lo han reemplazado; incluso por nuestras latitudes, los renos se han instalado en la decoración.

¿Cómo se podría celebrar la navidad y preservar su verdadero significado? Primero, debemos reconocer que el Nuevo Testamento no enfatiza tanto el nacimiento de Jesús, sino su muerte y resurrección. En general, los evangelios dedican aproximadamente un tercio de su contenido a la última semana de Jesús. Si se considera que su ministerio público abarcó tres años y medio, el énfasis en su muerte y resurrección es evidente.

En segundo lugar, en ocasión su nacimiento, ya se anticipaba su muerte. Su mismo nombre –Jesús–, tal como lo detalla Mateo 2:21, implicaba la salvación de nuestros pecados. El oro, el incienso y la mirra regalados por los magos, apuntan a su realeza, su sacerdocio y muerte, respectivamente (Mat. 2:11). Cuando Simeón bendijo a Jesús y a sus padres en el templo, anticipó de manera críptica la futura muerte del niño (Luc. 2:34, 35). Lo que el Nuevo Testamento nos quiere aclarar, es que su nacimiento apunta directamente a la razón por la que vino a esta tierra: morir por nosotros y revelar el gran amor de su Padre. El énfasis está en su muerte, pues era la condición necesaria para nuestra salvación.

Parece, entonces, contradictorio recordar la muerte de Jesús en ocasión de su nacimiento. Sin embargo, esta noción nos ayuda a no perder la perspectiva correcta. La navidad no es una festividad vacía. Es el momento en que el Hijo de Dios decide introducirse en nuestra historia y, desde su mismo nacimiento, entregarse a la misión que hoy nos brinda libertad y paz con él Padre.

Esta vislumbre es lo que hizo que los ángeles cantarán y el cielo se llenara de gozo. Elena de White escribe: “Su nacimiento careció de grandeza mundanal. Nació en un establo y su cuna fue un pesebre; no obstante, su nacimiento fue honrado más que el de cualquiera de los hijos de los hombres. […] Las huestes celestiales pulsaron sus arpas y glorificaron al Señor. Anunciaron con tono de triunfo el advenimiento del Hijo de Dios a un mundo caído para llevar a cabo la obra de la redención, y brindar mediante su muerte felicidad y vida eterna al hombre”.1 Había nacido el Salvador, el que había de morir por ti y por mi. El mayor regalo del cielo no se halló solo en un pesebre, sino además, colgado en una cruz, y hoy, victorioso en el cielo asegurando nuestra salvación.

En esta navidad, no olvides lo que significó para Jesús: disponerse a morir. La ternura del niño en un pesebre es acompañada por la fuerza de su pasión al conquistar la cruz.